En 2017, The Legend of Zelda: Breath of the Wild debutó con una calificación casi perfecta en Metacritic. Su 97 de media le ganó un lugar como uno de los juegos mejores calificados en la historia, además de que se posicionó como el segundo mejor título de la serie, únicamente por debajo del legendario The Legend of Zelda: Ocarina of Time.
Es inevitable que incluso los productos más queridos y celebrados tengan detractores. Muchos con opiniones válidas y legítimas y otros únicamente con ganas de nadar contra la corriente. Por esto, desde su debut en 2017, Breath of the Wild ha sido criticado por un montón de voces, muchas de ellas con reproches porque no es un verdadero The Legend of Zelda y porque les parece que Nintendo va en contra de lo que representa una de sus franquicias más icónicas.
Aunque soy un gran fan de lo que Nintendo hizo con The Legend of Zelda: Breath of the Wild, considero que es un juego imperfecto, así que las críticas que ha recibido son válidas e incluso me han ofrecido una forma diferente de apreciarlo (lo que me parece la meta de una buena crítica). No obstante, sobre todo lo que se ha dicho sobre Breath of the Wild, pocas cosas me parecen tan desatinadas como considerarlo el Zelda menos Zelda porque ¡es todo lo contrario!